Belén, mi primera perversión.



Se llamaba Belén, era una chica jovial, alegre, de unos 24 años, con curvas, muy sensual, y con una maravillosa delantera. Se la veía muy cálida, muy mimosa, muy caribeña. Morenita de piel, y con un pelo oscuro, tenía una cara preciosa y un cuerpo para el peligro. Pero todo esto yo no lo sabía, pues no la había visto nunca. Todo esto lo sabría después, después de nuestra primera cita.


Por aquel entonces me había aparecido un contrato de trabajo en su ciudad, en su país bañado por las aguas del Caribe. La verdad es que el contrato era bastante bueno, con un muy buen sueldo, y gastos pagados. Una habitación en un hotel de lujo, de los mejores de la ciudad, y fuera del alcance de la población autóctona. Mi horario de trabajo me permitía salir todos los días a las 5 y marchar a la piscina del hotel. Pero estando solo, al final eso se vuelve aburrido.


No hace falta decir que mi altura, mi color de piel y mi acento español causaban sensación en por aquellos lares y las mujeres se interesaban rápido por mí. Allí yo era el exótico, pero aún así, siempre he sido un pelín tímido cara a cara, con lo que prefería conocer a alguien a través de las redes.   


La cuestión es que rápidamente comencé a buscar por internet una chica simpática que quisiera hacerme de 'guía' por la ciudad. Y fue chateando cuando la encontré. Le conté que era un empresario español, de trabajo por su ciudad y que buscaba una amiga con la que charlar. Le pedí el teléfono, y fue ahí cuando hice la jugada maestra... Siempre he sabido que tengo una voz cálida y varonil que gusta a las mujeres. Sueno convincente y seguro, y eso es muy útil por teléfono. No sé el porqué, pero me resulta muy útil en la vida real y laboral.


La charla, que comenzó como cualquier otra, rápidamente derivó en una conversación con toques eróticos, y a mí se me ocurrió una fantasía. La idea era que ella viniera a mi hotel para pasar una tarde sexo y lujuria, pero debía ser especial. Yo cerraría las ventanas, las cortinas, y las luces, y dejaría la habitación a oscuras. Ella vendría al hotel, y desde abajo, por teléfono, la iría guiando por el hotel hasta mi habitación, que tendría la puerta convenientemente entreabierta. Ella debía entrar y cerrar la puerta. El resto sería imaginación nuestra.


Sorprendentemente, mi voz le resultó tan varonil y convincente que me dijo que sí. Luego me confesaría que se puso completamente cachonda oyéndome y que no supo decirme que no. Poco después la llamé y me dijo que estaba llegando al hotel. Cerré las cortinas, apagué las luces, y me desnudé por completo. Ella fue siguiendo mis indicaciones para llegar al ascensor, subir, y moverse por los pasillos hasta mi habitación.


Ahí encontró la puerta exactamente como yo le había dicho. Entró, cerró la puerta, y se quedó a oscuras en la entrada. Yo me acerqué, le agarré de la mano, y la conduje dentro de la habitación, al lado de la cama. Le pregunté si estaba nerviosa, y me dijo que sí. Le pregunté si estaba excitada y me dijo que sí. Con el paso del tiempo descubrí que todas están nerviosas y excitadas en esas situaciones, pero aquella era mi primera vez y yo no lo sabía aún.


Agarré su mano y la puse en mi pecho desnudo. La fui bajando por mi pecho hasta llegar a mi pene, que como era lógico, estaba ya duro como una piedra. Comencé a besarla mientras ella agarraba mi polla fuertemente. La llevé al sofá que había, y la ella se abalanzó sobre mi miembro. Empezó a comerme la polla, con suavidad, pero con ganas. La chupaba bien y me gustó, pero no quería correrme así, yo quería follarla, penetrarla…


La situación era la más morbosa y excitante que había vivido. Ella no conocía mi cara, ni yo conocía la suya. No nos habíamos visto, y apenas habíamos hablado por Chat 20 minutos, y por teléfono otros 20. Sin embargo, ya la tenía en la cama, a 4 patas, y conmigo detrás.


Estaba tan cachondo que comencé a follarla como si fuera mi último polvo. Mis embestidas eran potentes y continuas, y ella gemía de placer. No tardó mucho en pedirme que le azotara el culo, y así lo hice. Empujaba y empujaba sin parar mientras le daba cachetes en el pompis, y ella se corría de placer. No recuerdo cuantos orgasmos tuvimos los dos, pero sí recuerdo que me la chupó, follamos, me la volvió a chupar, y me la volví a follar, 3 o 4 veces. También recuerdo comerle las tetas varias veces, posiblemente unos de los mejores pechos que he visto en mi vida.


Varias corridas más tarde, ya rendidos y cansados, nos tumbamos el uno al lado del otro, sin habernos visto ni la cara, y charlamos un rato. Nos confesamos el uno al otro que aquella había sido nuestra mejor experiencia sexual hasta el momento, y decidimos abrir las luces para vernos las caras.


Ahí fue cuando conocí a Belén, con sus curvas, sus esplendidas tetas, su carita preciosa, su piel morenita y su pelo negro. Y ahí fue cuando ella me conoció a mí, blanco, alto, con ese aire de empresario, y español. Éramos un café con leche de los buenos, de los que te gusta repetir.


Efectivamente, volvimos a vernos, y disfrutamos el uno del otro varias veces. Pero el de aquel día sería el mejor café con leche que me tomé en mi vida. 



Con cariño para Belén, estés donde estés.

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